Repatriación de los musulmanes a sus países de origen y prohibición de la práctica pública del islam, únicas salidas para la supervivencia europea
Si existe una evidencia que tendría que aparecer de manera
deslumbrante a los europeos en general y a los españoles en particular es
aquella de la total imposibilidad de la comunidad musulmana a vivir en paz al
lado de una comunidad no musulmana.
Tenemos entre nosotros un gravísimo problema, que los
políticos y los medios de comunicación casi sin excepción callan de una manera
abyecta. Y a ese problema hay que ponerle el nombre que tiene: ISLAM.
Ya no se trata de saber si se puede “arreglar las cosas”,
“hacer pedagogía”, “mejorar la educación”, “favorecer la integración”,
“entender al Otro”, “aceptar la diversidad”, “tolerar la diferencia”,
“enriquecerse con su presencia”… Que aquellos que aún creen en esas quimeras se
despierten de una vez: se trata de saber si queremos que la ley islámica,
organizada de manera natural por una población que no hace más que perpetuar un
modo de vida milenario, se convierta en la ley que rija nuestra sociedad y
controle nuestras vidas, o si por el contrario queremos ser un país soberano de
hombres y mujeres libres. Seamos claros: la inmensa mayoría de los musulmanes
presentes sobre suelo europeo se sienten ante todo musulmanes, se identifican
con sus países de origen y no tienen interés ni voluntad de integrarse en una
sociedad de la que se sienten totalmente extranjeros, a la que además
desprecian y odian, cada día que pasa con menor disimulo.
Todos esos musulmanes a los que se ha dado la nacionalidad
de algún país europeo (y todos los que están a la espera de beneficiarse a su
vez de esa delirante y suicida generosidad nuestra) no pierden nunca la
oportunidad de reivindicar esa condición que parece otorgarles el derecho de
violentar impúnemente la sociedad que los acoge y que no tienen otro deseo que
destruir. ¿Pero qué entienden por ser ciudadanos de Europa? Una pertenencia
legal, unos papeles de identidad que les dan un cierto número de derechos y
deberes, sobre todo derechos, muchas comodidades y no pocos privilegios, pronto
un certificado de superioridad. Ser español, francés, británico, etc, deja de
tener el más mínimo significado cultural e identitario para convertirse en una
mera apelación política legal, una formalidad administrativa. Los musulmanes
serán europeos de “papel” pero nunca pertenecerán a la civilización europea,
pues el islam es un cuerpo extraño en un organismo que lo rechaza por incompatibilidad
total.
Los que creen que el aspecto conquistador, oscurantista,
totalitario y sanguinario del islam es una novedad debida al colonialismo, a la
globalización, al imperialismo norteamericano u otras bobadas se equivocan
gravemente. El islam no ha cambiado desde hace 13 siglos, lo que ha cambiado es
el número de sus adeptos en expansión demográfica gigantesca desde hace 50
años. La conflictividad que aportan los musulmanes a la realidad europea (en
algunos países de manera más brutal que en otros, pero todos en vías de sufrir
el mismo funesto destino), sus inagotables reivindicaciones, sus exigencias sin
freno, su voluntad manifiesta de subvertir nuestras leyes y valores, es un
comportamiento insurreccional, es el rechazo de la población musulmana, que se
sabe en crecimiento exponencial, a someterse a la ley y a la autoridad de
países dirigidos por infieles.
Aquellos que piensan que mediante la “pedagogía” y la
“educación” las masas musulmanas se integrarán en nuestros valores ignoran
simplemente que ninguna educación es susceptible de civilizar a los musulmanes,
para quienes la única educación posible y aceptable es la que proviene de la
sharia, la que imparte la ley islámica. La única educación que influye en los
musulmanes es la que le inculca el medio familiar. Y en el islam, donde la
relación padre/hijo no es realmente autoritaria, la costumbre prevalece sobre
la autoridad paterna y la asociación horizontal entre hermanos (varones) es la
relación fundamental. El sistema es muy igualitario, muy comunitario pero no
favorece en nada el respecto de la autoridad en general y la del Estado en
particular. Es por esa razón que todos (todos sin excepción) los Estados
musulmanes del planeta son dictaduras, por más maquilladas que se presenten a
la mirada del mundo (nadie pensará seriamente que Pakistán, Egipto, Marruecos o
Turquía son democracias, o que Buggs Bunny es un conejo parlante de verdad).
Aquello que los padres musulmanes no enseñan a sus hijos, es decir una cierta
cantidad de reglas indispensables a la vida en una comunidad humana y a la
formación de una sociedad coherente y estable, el Estado se encarga de
imponerlo mediante una represión feroz. La sociedad islámica que ha nacido y se
ha expandido por la espada no puede mantenerse y perpetuarse más que a través
de la violencia, el autoritarismo y el despotismo. No es una teoría, es una
constatación.
Esta universal realidad del mundo musulmán nos anuncia sin
velo lo que nos espera. La única manera de hacer funcionar una sociedad
islámica consiste en leyes y en un Estado liberticidas. La islamización
creciente de los países de Europa se verá acompañada de un endurecimiento de
las leyes para el conjunto de la población. Y esto por dos razones: 1/ para
adaptar la forma de gobierno al gusto y de acuerdo a las aptitudes de los
“nuevos europeos”, totalmente ineptos para vivir en democracia y en un Estado
de derecho; y 2/ porque para controlar a una población indócil, de costumbres y
comportamientos incivilizados, refractaria al orden y al cumplimiento de la
ley, sólo tiene alguna posibilidad de éxito un Estado despótico dotado de un
arsenal de medidas represivas y carente de escrúpulos a la hora de aplicarlas.
Véase sino cualquier país musulmán, el que sea (Pakistán, Libia, Sudán, Irán y
una cincuentena más…) Eso es a lo que vamos: para controlar o mantener en un
nivel lo más bajo posible la incivilidad y los desórdenes de unos huéspedes
levantiscos, impondremos la tiranía para todos, el garrote universal. Con la
única finalidad de prolongar la agonía un tiempo más, pues esa época ya
empezada en que veremos perder una tras otra todas nuestras libertades tan
costosamente conseguidas no será más que el prólogo de la debacle final. Esto
que está pasando ya ha ocurrido en siglos pretéritos.
Sólo basta asomarse a los libros de historia para comprobar
que los mismos errores traen los mismos castigos, una y otra vez a lo largo de
los tiempos.
Recordemos lo que le ocurrió al Imperio Romano. En el año
212 el emperador Caracalla otorga la ciudadanía al conjunto de los habitantes
del Imperio Romano, que en esa época era mitad europeo y mitad oriental (África
del norte, la mayor parte del Próximo y del Medio Oriente eran territorio
imperial). Roma misma estaba saturada de inmigrantes orientales. Es a partir de
esa época cuando el Imperio empieza a derivar hacia la autocracia absoluta.
Para gobernar un imperio multicivilizacional era necesario un poder absoluto, y
este tipo de gobierno estaba plenamente en la costumbre de los orientales.
Podemos afirmar que la Europa actual, en fase de convertirse también en un
imperio, sigue ese mismo camino, no en virtud de la anexión de territorios
orientales, pero si por una inmigración sin precedentes proveniente de esas
regiones.
Estamos confrontados a la primera fase de una islamización
exponencial de la sociedad europea, es decir una islamización de poblamiento,
de colonización demográfica que prepara el terreno a la segunda fase de este
proceso: la organización metódica de esa islamización, la toma en mano de las
masas musulmanas por los imanes y otros líderes políticos y religiosos que ya
están sobre el terreno encuadrándolas y aleccionándolas para la implantación de
su proyecto global: un proyecto teocrático basado en la voluntad de erradicar
las sociedades no musulmanas. Esa islamización tendrá lugar, con o sin
represión, con bonanza o con crisis económica, con la colaboración activa o el
rechazo pasivo de los europeos, pero este es el objetivo declarado e
irrenunciable de los nuevos invasores mahometanos.
Que todos y cada uno de nosotros se meta esto en el cráneo:
todo país que cobije una minoría significativa de musulmanes se expone a
gravísimos problemas, tanto para la seguridad interna de su país como para su
misma integridad. En palabras del antiguo presidente bosnio Alia Itzetbegovic
(considerado poco menos que una especie de Ghandi balcánico en su momento,
frente al “fascista” Milosevic en la película de “buenos y malos” que nos
vendieron entonces): “No hay paz ni coexistencia posible entre la religión
islámica y las instituciones políticas y sociales no musulmanas”. Se puede
decir más alto pero no más claro.
Mientras haya en Europa millones de musulmanes, habrá una
amenaza absolutamente mortal para nuestra sociedad, nuestros valores y
finalmente para nuestro derecho a permanecer libres en nuestra tierra. Al
final, tendremos que plantearnos una solución que por el momento es todavía
impensable para muchos, incluso para no pocos de aquellos que hacen de la lucha
contra la islamización su combate principal.
Esta solución es la repatriación hacia sus países de origen
del conjunto de las poblaciones musulmanas seguida de la prohibición de la
práctica pública del islam para los pocos que quedaran y que deberán
imperativamente probar su asimilación a la civilización europea, lo que significa
por definición el abandono de la religión musulmana. Toda propuesta de
compromiso con el islam instalado en nuestra casa y comportándose ya como en
territorio conquistado es la aceptación de la derrota, la renuncia a la
libertad, la resignación ante la muerte.
Alerta Digital
22/03/2016
No hay comentarios:
Publicar un comentario