martes, 12 de abril de 2016

Ni un paso atrás más


Repatriación de los musulmanes a sus países de origen y prohibición de la práctica pública del islam, únicas salidas para la supervivencia europea
Si existe una evidencia que tendría que aparecer de manera deslumbrante a los europeos en general y a los españoles en particular es aquella de la total imposibilidad de la comunidad musulmana a vivir en paz al lado de una comunidad no musulmana.
 Tenemos entre nosotros un gravísimo problema, que los políticos y los medios de comunicación casi sin excepción callan de una manera abyecta. Y a ese problema hay que ponerle el nombre que tiene: ISLAM.
Ya no se trata de saber si se puede “arreglar las cosas”, “hacer pedagogía”, “mejorar la educación”, “favorecer la integración”, “entender al Otro”, “aceptar la diversidad”, “tolerar la diferencia”, “enriquecerse con su presencia”… Que aquellos que aún creen en esas quimeras se despierten de una vez: se trata de saber si queremos que la ley islámica, organizada de manera natural por una población que no hace más que perpetuar un modo de vida milenario, se convierta en la ley que rija nuestra sociedad y controle nuestras vidas, o si por el contrario queremos ser un país soberano de hombres y mujeres libres. Seamos claros: la inmensa mayoría de los musulmanes presentes sobre suelo europeo se sienten ante todo musulmanes, se identifican con sus países de origen y no tienen interés ni voluntad de integrarse en una sociedad de la que se sienten totalmente extranjeros, a la que además desprecian y odian, cada día que pasa con menor disimulo.
Todos esos musulmanes a los que se ha dado la nacionalidad de algún país europeo (y todos los que están a la espera de beneficiarse a su vez de esa delirante y suicida generosidad nuestra) no pierden nunca la oportunidad de reivindicar esa condición que parece otorgarles el derecho de violentar impúnemente la sociedad que los acoge y que no tienen otro deseo que destruir. ¿Pero qué entienden por ser ciudadanos de Europa? Una pertenencia legal, unos papeles de identidad que les dan un cierto número de derechos y deberes, sobre todo derechos, muchas comodidades y no pocos privilegios, pronto un certificado de superioridad. Ser español, francés, británico, etc, deja de tener el más mínimo significado cultural e identitario para convertirse en una mera apelación política legal, una formalidad administrativa. Los musulmanes serán europeos de “papel” pero nunca pertenecerán a la civilización europea, pues el islam es un cuerpo extraño en un organismo que lo rechaza por incompatibilidad total.
Los que creen que el aspecto conquistador, oscurantista, totalitario y sanguinario del islam es una novedad debida al colonialismo, a la globalización, al imperialismo norteamericano u otras bobadas se equivocan gravemente. El islam no ha cambiado desde hace 13 siglos, lo que ha cambiado es el número de sus adeptos en expansión demográfica gigantesca desde hace 50 años. La conflictividad que aportan los musulmanes a la realidad europea (en algunos países de manera más brutal que en otros, pero todos en vías de sufrir el mismo funesto destino), sus inagotables reivindicaciones, sus exigencias sin freno, su voluntad manifiesta de subvertir nuestras leyes y valores, es un comportamiento insurreccional, es el rechazo de la población musulmana, que se sabe en crecimiento exponencial, a someterse a la ley y a la autoridad de países dirigidos por infieles.
Aquellos que piensan que mediante la “pedagogía” y la “educación” las masas musulmanas se integrarán en nuestros valores ignoran simplemente que ninguna educación es susceptible de civilizar a los musulmanes, para quienes la única educación posible y aceptable es la que proviene de la sharia, la que imparte la ley islámica. La única educación que influye en los musulmanes es la que le inculca el medio familiar. Y en el islam, donde la relación padre/hijo no es realmente autoritaria, la costumbre prevalece sobre la autoridad paterna y la asociación horizontal entre hermanos (varones) es la relación fundamental. El sistema es muy igualitario, muy comunitario pero no favorece en nada el respecto de la autoridad en general y la del Estado en particular. Es por esa razón que todos (todos sin excepción) los Estados musulmanes del planeta son dictaduras, por más maquilladas que se presenten a la mirada del mundo (nadie pensará seriamente que Pakistán, Egipto, Marruecos o Turquía son democracias, o que Buggs Bunny es un conejo parlante de verdad). Aquello que los padres musulmanes no enseñan a sus hijos, es decir una cierta cantidad de reglas indispensables a la vida en una comunidad humana y a la formación de una sociedad coherente y estable, el Estado se encarga de imponerlo mediante una represión feroz. La sociedad islámica que ha nacido y se ha expandido por la espada no puede mantenerse y perpetuarse más que a través de la violencia, el autoritarismo y el despotismo. No es una teoría, es una constatación.
Esta universal realidad del mundo musulmán nos anuncia sin velo lo que nos espera. La única manera de hacer funcionar una sociedad islámica consiste en leyes y en un Estado liberticidas. La islamización creciente de los países de Europa se verá acompañada de un endurecimiento de las leyes para el conjunto de la población. Y esto por dos razones: 1/ para adaptar la forma de gobierno al gusto y de acuerdo a las aptitudes de los “nuevos europeos”, totalmente ineptos para vivir en democracia y en un Estado de derecho; y 2/ porque para controlar a una población indócil, de costumbres y comportamientos incivilizados, refractaria al orden y al cumplimiento de la ley, sólo tiene alguna posibilidad de éxito un Estado despótico dotado de un arsenal de medidas represivas y carente de escrúpulos a la hora de aplicarlas. Véase sino cualquier país musulmán, el que sea (Pakistán, Libia, Sudán, Irán y una cincuentena más…) Eso es a lo que vamos: para controlar o mantener en un nivel lo más bajo posible la incivilidad y los desórdenes de unos huéspedes levantiscos, impondremos la tiranía para todos, el garrote universal. Con la única finalidad de prolongar la agonía un tiempo más, pues esa época ya empezada en que veremos perder una tras otra todas nuestras libertades tan costosamente conseguidas no será más que el prólogo de la debacle final. Esto que está pasando ya ha ocurrido en siglos pretéritos.
Sólo basta asomarse a los libros de historia para comprobar que los mismos errores traen los mismos castigos, una y otra vez a lo largo de los tiempos.
Recordemos lo que le ocurrió al Imperio Romano. En el año 212 el emperador Caracalla otorga la ciudadanía al conjunto de los habitantes del Imperio Romano, que en esa época era mitad europeo y mitad oriental (África del norte, la mayor parte del Próximo y del Medio Oriente eran territorio imperial). Roma misma estaba saturada de inmigrantes orientales. Es a partir de esa época cuando el Imperio empieza a derivar hacia la autocracia absoluta. Para gobernar un imperio multicivilizacional era necesario un poder absoluto, y este tipo de gobierno estaba plenamente en la costumbre de los orientales. Podemos afirmar que la Europa actual, en fase de convertirse también en un imperio, sigue ese mismo camino, no en virtud de la anexión de territorios orientales, pero si por una inmigración sin precedentes proveniente de esas regiones.
Estamos confrontados a la primera fase de una islamización exponencial de la sociedad europea, es decir una islamización de poblamiento, de colonización demográfica que prepara el terreno a la segunda fase de este proceso: la organización metódica de esa islamización, la toma en mano de las masas musulmanas por los imanes y otros líderes políticos y religiosos que ya están sobre el terreno encuadrándolas y aleccionándolas para la implantación de su proyecto global: un proyecto teocrático basado en la voluntad de erradicar las sociedades no musulmanas. Esa islamización tendrá lugar, con o sin represión, con bonanza o con crisis económica, con la colaboración activa o el rechazo pasivo de los europeos, pero este es el objetivo declarado e irrenunciable de los nuevos invasores mahometanos.
Que todos y cada uno de nosotros se meta esto en el cráneo: todo país que cobije una minoría significativa de musulmanes se expone a gravísimos problemas, tanto para la seguridad interna de su país como para su misma integridad. En palabras del antiguo presidente bosnio Alia Itzetbegovic (considerado poco menos que una especie de Ghandi balcánico en su momento, frente al “fascista” Milosevic en la película de “buenos y malos” que nos vendieron entonces): “No hay paz ni coexistencia posible entre la religión islámica y las instituciones políticas y sociales no musulmanas”. Se puede decir más alto pero no más claro.
Mientras haya en Europa millones de musulmanes, habrá una amenaza absolutamente mortal para nuestra sociedad, nuestros valores y finalmente para nuestro derecho a permanecer libres en nuestra tierra. Al final, tendremos que plantearnos una solución que por el momento es todavía impensable para muchos, incluso para no pocos de aquellos que hacen de la lucha contra la islamización su combate principal.
Esta solución es la repatriación hacia sus países de origen del conjunto de las poblaciones musulmanas seguida de la prohibición de la práctica pública del islam para los pocos que quedaran y que deberán imperativamente probar su asimilación a la civilización europea, lo que significa por definición el abandono de la religión musulmana. Toda propuesta de compromiso con el islam instalado en nuestra casa y comportándose ya como en territorio conquistado es la aceptación de la derrota, la renuncia a la libertad, la resignación ante la muerte.
Alerta Digital
22/03/2016

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