viernes, 1 de mayo de 2009

ARAGÓN TAMBIEN EXISTE

Aparecido en "El Semanal " el 18 de Junio del 2000

Aragón también existe. A pesar de la manipulación histórica de tantos timadores y mangantes. Que sí, hombre, que ya era hora. Que en toda esta lista de "los más vendidos", en este concurso inaudito de ignorancia, manipulación y mala fe a la hora de reinventar la Historia, uno está hasta la línea de flotación de oír siempre a los mismos, como si el resto hubiera oficiado de comparsas en la murga.

Y hete aquí por fin que alguien reacciona como es debido, y dice venga ya, y decide que ya es hora de poner en su sitio a unos cuantos timadores y mangantes, de esos que les pagan pesebres a sus historiadores de plantilla para que descosan y vuelvan a coser la historia a medida, y luego la meten en los libros de texto y se montan unas películas que ya las hubiera querido Samuel Bronston.

Eso mientras los que saben se callan, porque son unos mierdecillas, unos "vendidos", o por el qué dirán, o porque les interesa. Y de ese modo terminamos viviendo en una España virtual, que no la conoce ni la madre que la parió.

Así que olé los huevos de Aragón, o de quien decidiera montar la exposición Aragón, reino y corona, que no sé si andará por alguna parte ahora, pero que durante el mes de mayo estuvo abierta en Madrid.

En toda esa mentecatez de la que hablaba antes -ahora resulta que existió un imperio catalán que hasta hace cuatro días pasó inexplicablemente inadvertido a los historiadores, o que los irreductibles vascos nunca se mezclaron en las empresas militares ni comerciales españolas- Aragón había estado mucho tiempo callado, pese a tener muchas cosas que decir, o que matizar, desde aquel lejano siglo onceno en que Ramiro I, contemporáneo del Cid, sentaba las bases de un reino que abarcaría Aragón, Valencia, las Mallorcas, Barcelona, Sicilia, Cerdeña, Nápoles, Atenas, Neopatria, el Rosellón y la Cerdaña, y terminó formando la actual España en 1469, gracias al enlace entre su rey Fernando II de Aragón e Isabel, reina de Castilla.



Ése es el hecho cierto, y no lo cambian ni el mucho morro ni el reescribir la Historia; incluido el manejo exclusivista y fraudulento de las famosas barras que eran Senyal real no de un reino o territorio, sino de una familia o casa reinante que, como matizó Pedro IV en el siglo XIV, tiene Aragón como título y nombre principal. Casa reinante que absorbió a la casa de Barcelona, extinguida en 1150 por mutua conveniencia y deseo del titular de esta última, el conde Ramón Berenguer; que al casarse con Petronila, hija de Ramiro el Monje, rey de Aragón, adquirió como propio un linaje superior, pero renunciando al suyo, no titulándose más que princeps junto a su esposa regina; de modo que el hijo de ambos, ya con Barcelona incorporada a la corona, se tituló rey de Aragón, y nunca de Cataluña.

Por suerte no todos los archivos han caído en manos de quien yo me sé -tiemblo al pensar qué será de ellos-, y aún quedan documentos donde comprobar lo evidente. Que por cierto, en cuanto a la propiedad histórica de las famosas barras, no está de más recordar que en 1285 la crónica de Bernard Deslot precisaba aquello de: "No pienso que galera o bajel o barco alguno intente navegar por el mar sin salvoconducto del rey de Aragon, sino que tampoco creo que pez alguno pueda surcar las aguas marinas si no lleva en su cola un escudo con la enseña del rey de Aragón".

Así que cómo me alegro, oigan, de que aquel digno y viejo Aragón olvidado, marginado, asfixiado por la perra política de este perro país, aún sea capaz de decir aquí estoy, desmintiendo a tanto oportunista y a tanto manipulador y a tanto mercachifle.

Recordando que existió una corona aragonesa que constituyó el imperio más extenso del Occidente medieval, donde, bajo su nombre y sus barras, Aragón, Cataluña y Valencia compartieron aventuras, comercio, guerras e historia, enriquecieron sangres y lenguas con el latín, el catalán y el castellano, cartografiaron el mundo, construyeron naves, pasearon mercenarios almogávares y dominaron territorios que luego aportaron a lo que ahora llamamos España, con la manifestación de los fueros y libertades propios en aquella fórmula tremenda, maravillosa y solemne: el «si non, non» heredado de los antiguos godos, mediante el cual los nobles aragoneses -"que somos tanto como vos, y juntos más que vos"-, acataban la autoridad del rey de tú a tú, reconociéndolo sólo como "el principal entre los iguales".

Por eso son buenas estas iniciativas y estas exposiciones y estas cosas. Son muy buenas, incluso higiénicas; y me sorprende que, como antídoto contra la manipulación y la desmemoria que están convirtiendo este lugar llamado España en una piltrafa y en una casa de putas insolidaria y estulta, no se les dediquen más esfuerzos, ocasiones y dinero.

Por ejemplo, el que se ha utilizado en la imprescidible urgencia de sustituir La Coruña por A Coruña en los rótulos de las carreteras y auto-vías de toda España. Incluida, supongo, la N-340 a la altura de Chiclana.

Arturo Pérez Reverte

miércoles, 11 de marzo de 2009

EL CANCER DEL NACIONALISMO

Para comprender un poco mejor este fenómeno creo que es imprescindible leer estos tres artículos:

Los Nacionalismos, el Cáncer político de Europa
Los tratados comunitarios respetan la organización interna de los Estados miembros de la UE siempre que se garantice la democracia. El Tratado de Reforma de Lisboa –actualmente en proceso de ratificación por los Estados-, en su art. 4.2, es bien claro al respecto: "La Unión respetará la igualdad de los Estados miembros ante los Tratados, así como su identidad nacional, inherente a las estructuras fundamentales políticas y constitucionales de éstos, también en lo referente a la autonomía local y regional. Respetará las funciones esenciales del Estado, especialmente las que tienen por objeto garantizar su integridad territorial, mantener el orden público y salvaguardar la seguridad nacional. En particular, la seguridad nacional seguirá siendo responsabilidad exclusiva de cada Estado miembro".

Esta es la razón por la cual conviven en la Unión Estados muy centralizados como son los casos, por ejemplo, de Francia o de Portugal, junto con otros muy descentralizados de los que también son buenos ejemplos Alemania y España.

En el proceso de integración europeo, las regiones se conciben como una división administrativa que afecta fundamentalmente a la cohesión económica y social pero, afortunadamente, sin ninguna otra connotación política. Se esté de acuerdo o no, la UE que se está construyendo no es la Europa de los pueblos o la de los ciudadanos, sino la de los Estados. Los Estados constituyen el soporte de la integración ya que son las partes contratantes en los tratados, los que atribuyen competencias a la Unión y los que dirigen la extensión y profundidad del proceso. Y así es previsible que continúe en el futuro porque los tímidos avances hacia una Europa federal que podían intuirse en el Tratado de Maastricht o en el fenecido Proyecto de Tratado sobre la Constitución para Europa, han quedado laminados por muchos años por el nuevo Tratado de Reforma de Lisboa.

En la construcción europea las regiones no son entidades políticas sobre las cuales se vertebre o se proyecte vertebrar el futuro de Europa. La historia europea demuestra con suficientes hechos que ello significaría la negación de la integración, el camino hacia la destrucción de Europa y la vuelta a los conflictos del pasado. Como ya dijera F. Mitterrand –un ferviente nacionalista en su juventud y posteriormente en un gran europeísta al que debemos mucho- es su discurso de despedida en el Parlamento Europeo en los inicios de 1995: el nacionalismo es la guerra. Y ciertamente, el nacionalismo es el cáncer político y económico de los Estados que lo padecen y el caldo de cultivo de las demagogias, los conflictos y los odios. Sobre los nacionalismos no se puede construir nada aunque sí se puede destruir todo.

Los nacionalismos son alentados por determinados políticos que exacerban a los pueblos buscando su privilegio personal y el de su clase social. No cabe distinguir entre nacionalistas de derechas y nacionalistas de izquierdas, porque todos, cualquiera sea la cara que adopten, son igual de retrógrados. Bajo la bandera de una supuesta defensa de una cultura propia –como por ejemplo, el idioma-, que los nacionalistas defienden como diferente y por supuesto superior a las demás, sólo buscan el privilegio económico.

Los nacionalistas destacan por su insolidaridad. Para justificar sus reivindicaciones, suelen esgrimir como prueba que las balanzas fiscales son desfavorables para su territorio; es decir, que la diferencia entre lo que aporta su región en concepto de tributos al presupuesto del Estado central es mayor que lo que reciben del mismo vía gastos. A este preceder hay que responder que la metodología que utilizan en su elaboración se fundamenta, entre otras muchas componendas, sobre una gran falacia económica: considerar el territorio como base de los tributos. Olvidan que los sujetos de los tributos son las personas (físicas y jurídicas) y no los territorios.

Por otra parte, las diversas e imprecisas metodologías sobre las que sustentan la elaboración de las balanzas fiscales sólo reflejan una parte del conjunto de las relaciones económicas que existen entre la región objeto de análisis y el entorno tomado comparación. Si se considerasen todas ellas, lo cual exigiría aplicar la metodología de la balanza de pagos, los resultados probablemente serían muy diferentes.

Una información errónea e interesada que los políticos nacionalistas transmiten a los ciudadanos es que la independencia de su región del Estado al que pertenece, es compatible con la continuidad de la misma como miembro de la Unión Europea. Eso es justamente lo que pretendían como objetivo final el -amable- Estado asociado del País Vasco a España que se inventó Ibarreche y el no menos original Estatuto de Cataluña de Maragall –Cataluña es una nación- aprobado por Parlamento de Cataluña y que fue suavemente maquillado por el Parlamento español. Ambos compartían la misma finalidad: una independencia encubierta de ambas regiones de España, sin perder sus privilegios en el Estado y sin cuestionase su continuidad en la Unión Europea.

Al margen de que ambos supuestos choquen frontalmente con la Constitución española, su pretensión de permanencia en la UE es incompatible con los tratados en vigor. Si en alguno de los Estados hoy miembros de la Unión se produjera la independencia de cualquiera de sus regiones, el nuevo Estado independiente no podría continuar siendo miembro de la Unión. Pasaría a ser considerado como un país tercero y por lo tanto vendría obligado a solicitar su ingreso en la Unión; y para ser admitido, se requiere la unanimidad de los Estados miembros. No sirven de ejemplos los casos de Chipre, la ex Checoslovaquia o la ex Yugoslavia, que se han desmembrado como Estados y los nuevos que han surgido se han integrado o se integrarán en un futuro en la UE. En todos esos casos, la separación se ha producido antes de la entrada en la UE.

(Extraído de ibercampus.es el 20/02/2009)

Cataluña y Vascongadas: Un cáncer de España

Mientras el resto de España, siga soportando las presiones y la descarada saca de dinero público que mediante todo tipo de martingalas, nos sacan estas dos partes de España (son España digan lo que digan y lo hagan como quieran); el resto tendremos esa carga que indudablemente impide el que lleguemos a igualarlas o incluso superarlas; puesto que y pese a todo; en esas “despreciadas” (por los separatistas) otras partes de España, ya se ha progresado bastante y se sigue haciéndolo contra viento y marea y mientras ellos retroceden (pese a cuanto nos sacan) ese resto avanza; unos más y otros menos, pero avanzan y ello es lo que más temen, puesto que la industria y comercio de “la despreciada Meseta”, les va copando sus antes privilegios de colonialistas, puesto que otra cosa no han hecho, salvo exprimir y colonizar al resto de España y encima presentándose como “mártires”.

Y aunque yo mismo ya y hace tiempo los desenmascaré y les apliqué en mis artículos el calificativo de colonialistas, pero veamos que otro y hace mucho tiempo e incluso siendo vasco, lo dijo hace casi un siglo… “Ramiro de Maetzu, que los conocía muy bien, por vasco, por español y por cosmopolita, ya advirtió hace casi un siglo que el objetivo de los nacionalistas catalanes y vascos no era crear naciones alternativas a la española. Ese era sólo el señuelo. Lo que buscaban era la “colonización de la subdesarrollada Meseta”, entendiendo por tal el resto de España. Y ese sigue siendo el objetivo del Plan Ibarretxe y de Carod, de “la libre asociación y del Estado asimétrico”. Pero la Meseta ya no es tan subdesarrollada como hace un siglo. Y aligerada del peso que le traen ambos nacionalismos, podría desplegar con mayor empuje”.

Recordemos las calamidades que nos han venido desde esos dos territorios o regiones (lo de país vasco es un invento más, pues ni existe ni nunca existió); las guerras carlistas, que ensangrentaron gran parte del siglo XIX; la Semana Trágica en Barcelona, la declaración del “Estado Catalán” al proclamarse la II República, el levantamiento de la Generalitat contra ésta en agosto de 1934, los casi mil asesinatos de ETA, que no se interrumpieron con la llegada de la democracia, y a los que hay que sumar las miles de víctimas consiguientes; amén de los ingentes capitales consumidos por la infinidad de atentados de mayor o menor escala; las reivindicaciones permanentes de ambos nacionalismos, eternos insatisfechos, que han influido perniciosamente en el sistema constitucional español; lo que indudablemente ha sido el motivo, de que España se convierta en este “infierno” de las diecinueve autonomías (Ceuta y Melilla incluidas) y que ha producido en gran medida, el estado de ruina nacional que ahora no saben como controlarlo; puesto que lo lógico sería recuperar casi todo lo traspasado a esos manirrotos “virreinatos” y dejarles sólo lo más preciso y debidamente controlado por un Estado centralizado, que se ha demostrado es mucho más eficaz que ese desmembramiento que ya son las “autonosuyas” y donde se está cuestionando incluso la mayor riqueza de una nación, cual es su idioma nacional.

Causa de todo ello es el desastroso nivel educacional y de enseñanza y todas las calamidades que han venido tras esa dejación de responsabilidades, de unos gobiernos centrales, que débiles y acomodaticios, simplemente “se han vendido por un plato de lentejas”; en detrimento del resto de España y de los españoles, los que incluso en esos territorios separatistas, están más bien sufriendo unas dictaduras férreas y costosísimas, que son las que les han hecho no avanzar sino todo lo contrario.

Y es por lo que he titulado empleando la temible palabra “cáncer”; por cuanto considero es eso mismo y ya se sabe, si el cáncer no se extirpa acaba con el cuerpo vivo donde se ha instalado. Por tanto tomen nota todos los políticos que verdaderamente piensen trabajar por España… pero por toda España; aún tenemos una Constitución que nos considera a todos los españoles iguales ante las leyes; esperamos pues… leyes equitativas y que erradiquen de una vez tantos privilegios.

Antonio García Fuentes (Escritor y filósofo)


Y por ultimo un artículo de José Mª Carrascal aparecido en ABC el 19/02/09, que no tiene nada de desperdicio.

España, Cataluña, País Vasco

La frase que más me ha impresionado en lo que llevamos de democracia, y miren ustedes que se han dicho cosas, fue la pronunciada, hace ya años, por el hispanista norteamericano Stanley G. Paine: «Posiblemente, España estaría mejor sin Cataluña y el País Vasco. Pero es imposible.» Tras el recobrarme del susto, vengo rumiándola desde entonces y acercándome cada vez más a la conclusión de que no se trata de una «boutade», inimaginable en un historiador tan serio como Payne, sino de una reflexión en voz alta, basada en hechos objetivos, que sólo podía hacer alguien de fuera, pero que nos conozca tanto como nos aprecie, condiciones que se dan sobradamente en el profesor de la Universidad de Wisconsin Madison.

En efecto, País Vasco y Cataluña han sido a lo largo de los dos últimos siglos origen de toda clase de conflictos y tensiones para el conjunto del Estado español. Las guerras carlistas fueron el contrapunto sangriento durante todo el siglo XIX. En el XX, lo fueron la Semana Trágica barcelonesa, la declaración del «Estado Catalán» al proclamarse la II República, el levantamiento de la Generalitat contra ésta en agosto de 1934, el largo reguero de sangre dejado por ETA, que no se interrumpió con la llegada de la democracia, y la reivindicación permanente de ambos nacionalismos, eternos insatisfechos, que erosionan en lo que pueden el sistema constitucional español en sus respectivos territorios y marcan la pauta a seguir por el del resto de las comunidades. Sí; para el Estado español, de Cataluña y el País Vasco han venido en los últimos tiempos más penas que alegrías, más problemas que ventajas, pese a que ese mismo Estado ha sido más generoso con ambas que con las demás autonomías, no importa lo que digan sus nacionalistas. Otra cosa es que el avance real de las mismas se haya reducido respecto al resto. Pero eso tiene más que ver con la prioridad que han dado sus líderes a promover su proyecto nacionalista que a promover su riqueza real. Aunque, naturalmente, le echarán la culpa a España, cuando España no recibe desde allí más que reclamaciones, disgustos, quejas y agravios.

Y, sin embargo, como dice Payne, su separación es imposible. Y es imposible no por razones históricas, que las hay, y grandes -España no es Yugoslavia-, sino por razones éticas. Desprendiéndose de Cataluña y el País Vasco, España quedaría enormemente aligerada. Pero eso sería tanto como traicionar a los muchos catalanes y vascos que se sienten también españoles, abandonarles en manos de los nacionalistas, entre los que se impondrían los más radicales, que procederían como primera precaución a una limpieza cultural, si no étnica, como ha ocurrido en tantos lugares. Si es que no estallaba allí una guerra civil proclive a desparramarse fuera de sus fronteras, pues el nacionalismo, pese a su nombre entrañable, lleva en sí un germen expansionista, como estos dos confiesan abiertamente, con ambiciones territoriales, que las comunidades vecinas no se dejarían arrebatar impunemente. Algo que no podemos permitir, por más inconvenientes y problemas que desde allí nos lleguen. Aparte de que ceder ante el chantaje, nunca ha dado buenos resultados. El chantajista siempre quiere más.

Pero tal vez haya llegado el día en que convenga confrontar a vascos y catalanes con su verdadero destino, en vez de permitirles seguir dejándose arrastrar por los cantos de sirena nacionalistas, mientras se benefician de la reivindicación permanente que estos plantean y el Estado español acepta. Unos y otros deben saber que las extraordinarias ventajas de que gozan -sobre todo los vascos, y reclamadas por los catalanes-, les obligan, como mínimo, a reconocer el ordenamiento constitucional que se las concede. Tienen también que admitir que sus autonomías han alcanzado el máximo techo razonable, y que si se empeñan en continuar su marcha hacia un Estado -la nación hace ya tiempo que la han dejado atrás, con la aquiescencia de un gobierno central no sabemos si ignorante o pusilánime-, tendrán que asumir las cargas y responsabilidades de éste. Entre ellas, la de garantizar su unidad interna y los derechos de todos sus habitantes, cosa que no están haciendo hoy y que, en ese futuro hipotético, sería mucho más problemática que ahora. ¿O es que creen que los mossos d´escuadra y los ertzainas se bastan para mantener en sus territorios la paz ciudadana, que ya les cuesta mantener con las fuerzas de orden público españolas? Sin olvidar los deberes que conlleva la defensa nacional y la representación exterior, muy bonita cuando se trata de París, Nueva York o Londres, pero muy pesada cuando se trata de Kabul, Mogadiscio o de las misiones de paz en zonas conflictivas...

Por no hablar ya de su nivel de vida, que depende en buena parte del mercado español. Pero su rechazo abierto, decidido, en muchos casos ofensivo y despectivo hacia lo español, como suelen mostrar ambos nacionalismos como señas de identidad, iba a traducirse en un rechazo de lo catalán y de lo vasco por parte del resto de los españoles, con repercusiones comerciales de toda índole, que se traducirían en industriales, pues el inversor extranjero no piensa en el mercado catalán o vasco. Piensa en el mercado español, donde esos productos tendrían más dificultades que los llegados de otros países.

Pero los nacionalistas piensan que es posible vivir en los dos mundos y gozar de las ventajas de ambos, con sus reivindicaciones, falsificaciones y victimismos, que constituyen la esencia de su programa político. Ramiro de Maeztu, que los conocía muy bien, por vasco, por español y por cosmopolita, ya advirtió hace casi un siglo que el objetivo de los nacionalistas catalanes y vascos no era crear naciones alternativas a la española. Ese era sólo el señuelo. Lo que buscaban era la «colonización de la subdesarrollada Meseta», entendiendo por tal el resto de España. Y ese sigue siendo el objetivo del Plan Ibarretxe y de Carod, de «la libre asociación» y del «Estado asimético».

Pero la Meseta ya no es tan subdesarrollada como hace un siglo. Y aligerada del peso que le traen ambos nacionalismos, podría desplegar con mayor empuje. Aunque, como dice Payne, la separación es imposible. Y es imposible no ya por todas las razones expuestas, a fin de cuentas, coyunturales, sino por otra fundamental, definitiva: que si creemos de verdad en la «España plural» que todos hemos asumido, pero que los nacionalistas sólo parecen creer en lo que les conviene, los catalanes y los vascos son tan españoles como los castellanos, los andaluces, los aragoneses o los extremeños. Porque no se puede separar la parte del todo sin causar grave daño a ambos, especialmente a la parte, por mucho que se venda como beneficio que, en el mejor de los casos, beneficiaría sólo a los pocos que viven de ello, no al conjunto de ciudadanos.

Pero es necesario hacérselo ver a estos. Como discuten los hermanos los asuntos cruciales para ellos: sin amenazas ni mentiras, sin cólera ni encubrimientos. Porque aquí, los únicos que mienten y amenazan, se encolerizan y encubren son los nacionalistas.